giovedì 20 agosto 2020

O que arde – Oliver Laxe

provo a dire a cosa assomiglia, questo film, al primo Giorgio Diritti, a Lisandro Alonso e a Carlos Reygadas, per la storia e i personaggi/attori.

non è un film di molte parole, il silenzio, il paesaggio e la musica sono protagonisti anch'essi, come le tre mucche, sola proprietà di Benedicta e Amador, insieme all'orto.

bisogna farsi bruciare l'anima dal film, nessuno se ne pentirà, promesso - Ismaele


 

 

 

 

Cuando algunos dicen que no hay buen cine español, no tengo mucha idea de qué es lo que ven. Supongo que no son cosas como Lo que arde, una de las películas cromáticamente más bellas que he visto en mucho, muchísimo tiempo.

Es una pena que esta belleza venga dada de los atronadores incendios de Galicia, juntando en un mismo plano la objetiva belleza de la imagen con el terror que asola nuestra mente al pensar en lo que está ocurriendo realmente y que se ve acrecentada por los planos de bomberos en primer plano, tratando de extinguir el incendio y encontrándose entre la espada y la pared. Lo que arde, durante gran parte de su metraje, se desvela como la película definitiva de incendios, especialmente a nivel artístico. Es imposible que no te deje con la boca abierta.

El resto del metraje es inferior a todos los niveles, sin llegar nunca a la desazón y el aburrimiento, contando la historia de un pirómano que vuelve a casa tras realizar dos tercios de su condena. La película de Oliver Laxe habla del amor materno incondicional, del rechazo, de lo difícil que es hacer una vida nueva cuando nadie confía en ti y de superar el pasado. Son unas escenas bien rodadas y con un guión que deja entrever más de lo que muestra, pero en cuanto aparecen los incendios, la trama anterior se derrumba por su propio peso y deja paso a unos minutos de auténtico escándalo cinematográfico. Maravilla.

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…Al termine di un prologo ultra coinvolgente a livello visivo e sonoro, con i fari delle macchine edili che squarciano l'oscurità della notte mentre aprono un buco nella foresta, abbattendo un numero impressionante di eucalipti prima di fissarsi di fronte a un albero maestoso, il film segue le orme del suo protagonista, Amador (Amador Arias), un quarantenne rilasciato dopo due anni di carcere, che prende l'autobus per raggiungere il suo villaggio natale, in Galizia. Di ritorno nella casa isolata nel cuore delle montagne dove vive la sua vecchia madre Benedicta (Benedicta Sanchez) che accetta di ospitarlo senza fare domande superflue ("Posso rimanere per un po’? - Hai fame?"), il nostro uomo iper laconico si immerge in una routine quotidiana che consiste nel portare al pascolo le loro tre mucche, accompagnato dal cane Luna. Un po’ più lontano, alcuni vicini ristrutturano un edificio nella speranza di attirare turisti e nel villaggio che frequenta molto poco, Amador viene ignorato o raramente preso in giro ("hai da accendere?") in segno di rispetto per la sofferenza che ha sopportato sua madre. Un rigido inverno scorre sotto le piogge torrenziali nella routine minimalista della vita quotidiana della madre e di suo figlio profondamente immersi nella natura. Poi giunge la primavera, e con essa una simpatica veterinaria (Elena Fernandez) appena arrivata nella regione, prima dell’arrivo dell'estate, la stagione più pericolosa per gli incendi boschivi...

Affidandosi al notevole lavoro del direttore della fotografia Mauro Herce, Oliver Laxe crea un'opera sorprendente la cui asciuttezza narrativa è compensata dall'intensità delle sequenze quando il film vira improvvisamente nel cuore dell’incendio. Una vera prodezza di messa in scena che ricompensa profumatamente la pazienza precedentemente richiesta dalla narrazione estremamente spoglia e che dà la priorità alle sensazioni dello spettatore. Perché nel cinema, quando c’è l'eccellenza, e come dice su un altro tema uno dei personaggi del film, "per apprezzare la musica, non è necessario capire le parole".

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…lo que le interesa a Laxe es mostrar que todo lo que tiene lugar —las acciones, las dinámicas sociales, las actividades laborales— es fruto de los escenarios donde tienen lugar, un espacio donde el contacto íntimo entre personas y naturaleza pone de relieve la importancia de esta última como paisaje, como exposición emocional y cultural de sus vidas. Pero los espacios naturales, más allá de mostrar aspectos del universo recreado que no podrían ser expresados de otra forma, también funcionan como un ente con personalidad propia. El monte gallego, símbolo cultural de la región, se comporta como un personaje más, indomable, misterioso y, por momentos, místico. Estos momentos de recreación poética alcanzan el cénit en dos escenas, el prólogo y el clímax, de radiante preciosismo visual. Turbadoras, evocadoras, ambas representan la relación tensa, compleja, inexplicable mediante el discurso oral, entre el ser humano y la naturaleza. Una relación principalmente destructiva, no solo por la presencia del fuego sino por la explotación inmisericorde de los recursos naturales, poniendo en riesgo la estabilidad de los ecosistemas —la introducción artificial del eucalipto en los bosques como estrategia comercial se deja notar en la cinta como una manera de exponer el debate irresoluble que se vive en el seno de la sociedad gallega. Es en estas escenas donde la presencia humana se reduce a la de diminutos seres, incapaces de modificar el curso de los acontecimientos, que solo pueden hincar la rodilla ante unos seres ancestrales —el fuego y el monte— a los que, ante la imposibilidad de comprensión, solo queda admirar

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Lo que Arde es una película dura, lenta y minuciosa. Las relaciones lacónicas de los personajes pueden hacer parecer que existe una ausencia de drama, o que el drama que pretende contarse en relación con el personaje de Amador y los diferentes personajes secundarios queda evaporado con esos tiempos largos y pausados.

El clímax final es una explosión de la naturaleza que condena sin remisión a todos los presentes. Los prejuicios de las personas ya están hechos. La naturaleza simplemente sigue su camino. La ambigüedad queda implícita en todo el relato. Un relato que aunque funcional, resulta muy duro de digerir.

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En O que arde se revelan de un modo sosegado todas las aristas que conforman el medio rural. En Benedicta se conjuga esa ternura incondicional por su hijo y el inmenso amor y cuidado por los animales y el huerto; en Amador la mirada amarga de quien se ha resignado a una vida efímera y leve; en su vecino Inazio, ese afán por mejorar y buscar otras vías que aseguren la permanencia del lugar; en la veterinaria, el convencimiento de que la vida en el campo es viable. Y el gran acierto de todo ello es revelarlo a través de conversaciones mínimas, de momentos fugaces dentro de la cotidianeidad crepuscular del entorno. El control sobre el espacio y el tiempo, tanto real como fílmico, del que hace gala Laxe nos desvela, de nuevo, un director audaz, atento a lo que necesita cada segundo de metraje. La construcción minimalista del diálogo, que otorga un halo austero y misterioso a los personajes, junto con una imagen grandiosa y apabullante que nos presenta el preciosismo y la belleza de todo lo que les rodea, tiene como resultado un retrato entre lo místico y lo mundano. El dominio absoluto por parte del director en estos dos polos sobre los que se asienta la puesta en escena convierte a O que arde en una película viva y dinámica, extremadamente rica en su propuesta y en los distintos significantes. Porque la aproximación de Laxe a Benedicta, Amador, los animales, el monte y el fuego está lejos de regirse por conflictos simplistas, maniqueos o lugares comunes. Hay una mirada honesta y veraz sobre los personajes y los lugares, la mirada de alguien que conoce y ama lo que está contando; un acercamiento alejado de la condescendencia, desde la serena y temprana nostalgia que otorga la observación de una realidad que parece apagarse ante nuestros ojos. Aunque más que apagarse, se enciende. Y cuando prende, esa fragilidad se convierte en un dolor que parte de la propia imagen. La película del director de Mimosas, uno de los mejores funambulistas en el arte de transitar entre la ficción y el documental, se convierte en una pesadilla envuelta en llamas.

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scrive Manuel Rivas:


O que arde
 es una película lenta, con planos fijos mantenidos durante mucho más tiempo de lo habitual, silencios inusualmente largos y una historia que parece no avanzar. Odio ese tipo de películas. Y, aún así, salí del cine absolutamente enamorado.

Pero mejor vuelvo a empezar.

O que arde no es una película lenta, lleva el ritmo de una vida ya casi perdida, la de la montaña lucense; no es que sus planos fijos se mantengan mucho tiempo, es que cada plano es un cuadro que hay que observar y absorber; no importa que los silencios sean inusualmente largos, porque son los que construyen la historia; y no pasa nada porque la historia no avance en la narración, porque la historia sucede dentro de los personajes. ¿Cómo no iba a salir del cine completamente enamorado?

Vídeo promocional de O que arde.

La película cuenta la historia de Amador, un pirómano que sale de la cárcel y vuelve a casa de su madre, Benedicta, en una aldea de la sierra de Os Ancares, y de su nueva vida allí, que no es más que un retomar vida en el punto en el que la dejó antes de entrar en prisión. Esto, que parece suficiente para sostener la película no es más que una excusa para hablar de la soledad y el aislamiento de la montaña; de la fragilidad de todo el entorno, tanto natural como humano; de la precariedad de las brigadas antiincendios… envolviéndolo todo en una poesía visual que justifica por sí sola todo el metraje. Valgan como ejemplo los primeros minutos, en los que Oliver Laxe y Mauro Herce convierten la tarea de crear un cortafuegos en un ballet cargado de suspense que hace que O que arde nos lleve a un clímax estético del que casi no nos bajará hasta los créditos finales.

La película se construye fundamentalmente en torno al silencio de los personajes. Amador y Benedicta apenas hablan. Ni entre ellos ni con los demás. Las interacciones de Amador con todo lo que le rodea acrecientan su aura de ser solitario. Una soledad en parte voluntaria y en parte impuesta. Como cuando en un entierro alguien le pregunta entre risas y desde la distancia ¿tes lume? (¿tienes fuego?); la única reacción de Amador es encogerse y mirarse los pies. Amador siempre está solo, evita la compañía por saberse evitado; la rechaza por saberse rechazado.

Así que, repito, ¿cómo no iba a salir del cine completamente enamorado?

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