Carlos Vermut ci regala un'altra perla, una storia con un crescendo inquietante, che non ci lascia tranquilli.
Julián e Diana cominciano a frequentarsi e a piacersi, lui lavora per un'impresa di videogiochi (è bravissimo a disegnare mostri), lei ancora studia, vive col padre che è allettato, che non è autosufficiente.
una storia d'amore come tante, sembra.
Julián è un solitario, tutto casa e lavoro, anche Diana in fondo, una ragazza piccolina, con i capelli corti, sembra un ragazzino.
per complicare tutto, Julián soffre di ansia e attacchi di panico, e dentro di lui ha un mostro che non sempre riesce a controllare, quando lo sa Diana lo molla senza pietà, e lui perde il lavoro.
la fine di Julián è tragica, e però i due si ritrovano, Diana baderà a lui.
gran film, da non perdere.
buona (sofferta e necessaria) visione - Ismaele
…Sirviéndose
de un trasfondo familiar subrepticio determinante que queda en un limbo salvo
datos vagos, en especial el latiguillo de los “opuestos que se atraen” porque
Diana se lleva mal con su madre e idealiza a su padre, quien tuvo un accidente
cerebrovascular hace dos años y por ello depende de ella para cuidados
intensivos, y Julián en cambio detesta a su progenitor y jamás conoció a su
madre ya que falleció siendo él apenas un niño, Vermut construye una obra muy
ambiciosa desde lo conceptual que por un lado unifica la pedofilia de Tras
el Cristal (1986), de Agustí Villaronga, Felicidad (Happiness,
1998), de Solondz, y El Hombre del Bosque (The Woodsman,
2004), de Nicole Kassell, y la realidad virtual de Proyecto Brainstorm (Brainstorm,
1983), de Douglas Trumbull, El Hombre del Jardín (The
Lawnmower Man, 1992), de Brett Leonard, y Existenz (1999),
odisea freak de Cronenberg, entre muchas otras, y por el otro lado recurre a la
metáfora de una existencia bipartita a lo vampirismo, licantropía o quizás
violencia contenida en la tradición de El Extraño Caso del Doctor
Jekyll y el Señor Hyde (Strange Case of Dr. Jekyll and Mr. Hyde,
1886), la novela corta de Robert Louis Stevenson, con el objetivo manifiesto de
identificar a la pederastia -o cualquier perversión libidinosa o de arraigo
íntimo- con una especie de enfermedad que se pretende “curar”, apaciguar o
directamente controlar en su potencial destructivo mediante placebos como la
animación de turno, realizada a partir de una plantilla para personajes no
jugables propiedad de la empresa para la que trabaja el protagonista, Covo
Games, y el mismo vínculo accidentado o mayormente platónico de Julián con
Diana, una chica cuya apariencia varonil y menudita se acerca a la de Cristian
al extremo de que el diseñador sufre un ataque de pánico cuando desea tener
sexo con ella que en sí reproduce la misma exacta lógica visceral -ansiolíticos
posteriores incluidos- que apareció al momento de la génesis de su propensión
pedófila, justo luego de salvar al mocoso de las llamas en el departamento
bastante desvencijado que comparte con su madre (Ángela Boix), alguien que nada
sabe de la peligrosidad del vecino, en suma un planteo retórico que termina de
apuntalar la maraña de espejos invertidos que tanto le gusta al realizador y
guionista porque es esa progenitora la que pretende reconectar a Cristian con
un Julián que tiempo después se muda del lugar para alejarse de la tentación
contigua y consagrarse a su experimento romántico con Diana.
Con
citas breves de carácter entre brutal y sarcástico que van desde lo
cinematográfico de El Planeta Salvaje (La Planète
Sauvage, 1973), clásico de René Laloux, Cuerpos Invadidos (Videodrome,
1983), de Cronenberg, y Avatar (2009), de James Cameron,
hasta lo pictórico de Autorretrato (Accidente) (1936), de
Alfonso Ponce de León, y Saturno Devorando a su Hijo (1820-1823),
parte de las célebres Pinturas Negras de Francisco de Goya
que hoy se exhiben en el Museo del Prado, el film piensa la doble paradoja de
fondo una vez que se descubre el modelo en 3D del purrete porque Covo Games
accede a la computadora de Julián para construir un “making-of” del juego en el
que está trabajando, así lo expulsan de la empresa, el episodio llega a oídos
de una Diana que corta la relación y el diseñador opta por intentar suicidarse
saltando desde un balcón justo antes de violar a un Cristian drogado, por ello
a la noción original del relato, léase quien te salva te puede destruir, se
suma una contradicción ontológica subsiguiente/ secundaria aunque ahora a
instancias del personaje de Stein, muchacha que en los últimos minutos del
metraje sustituye a su padre ya fallecido con quien había rechazado antes, el
propio Julián, tanto porque lo estima como debido a que se convirtió en un tetrapléjico
que requiere de cuidados semejantes a los de su figura paterna, en este sentido
el Complejo de Electra mal curado derrapa en la aceptación de un otrora
pederasta latente metamorfoseado en vegetal, castración simbólica de por medio.
Si bien, como afirmábamos con anterioridad, Vermut echa mano de pivotes
temáticos como la virtualidad, la fantasía, el amor atrofiado, la marginalidad,
la misantropía, la dependencia afectiva, la complementariedad, la pulsión de
muerte y el quid embrollado de los sujetos, su principal interés aquí se
condice con la artificialidad perversa, algo que tiene que ver con la
referencia del título a una criatura de la mitología persa -cabeza humana,
cuerpo de león y cola de escorpión- vía un monstruo cuadrúpedo que crea Julián,
su estado postrado final y ese dibujo de Cristian que lo lleva a lanzarse por
culpa desde el balcón cual representación de lo que el diseñador quería ser
cuando niño, un tigre, amén de reflexiones adicionales sobre la dificultad de
morir, la ausencia de soluciones fáciles y rápidas en la vida y el salto del
voyeurismo morboso del cine de terror de antaño, entre el shock y el
exploitation, a la crueldad semi tercerizada de todos estos videojuegos
posmodernos en primera persona…
… Los puntos más fuertes del proyecto son el guion, muy bien escrito por el
cineasta español que, como cité anteriormente, plantea muchos asuntos, algunos
de manera indirecta, y un tema de fondo que está muy de actualidad, y que
saldrá a relucir en la parte final, en un desenlace sorprendente, que recuerda
mucho al de "Magical girl".
Nacho Sánchez está magnífico, y merecería ganar el Goya como protagonista,
al igual que Bárbara Lennie por su actuación en la película de Vermut citada
anteriormente. Es una interpretación contenida, que expresa mucho con su
mirada, y que está creíble como Julián, ese joven que vive una vida
aparentemente sencilla que se enamora de Diana.
Zoe Stein también lo hace muy bien, en otra interpretación contenida, con un
personaje al que coges cariño, y es difícil de olvidar. La joven actriz
catalana tiene muy difícil ganar el premio de actriz revelación, el mismo que
ganó Eva Llorach por "Quién te cantará", el tercer trabajo de Vermut.
El otro aspecto destacado es el de la dirección, en donde hay un gran
trabajo con los intérpretes, con un movimiento de cámara sutil para
presentarnos unos planos muy bien encuadrados y algún virtuosismo como la
escena con espejo en la parte final.
Escuchamos muy pocas veces la música compuesta por Alberto Torres, ya que se
prefiere dar más importancia a los silencios y los ruidos de fondo que a una
banda sonora, pero cuando está presente funciona bastante bien, como al
principio y al final de la película.
Una película que no es sencilla, que puede desesperar a los que buscan
propuestas en donde te lo den todo mascado, pero que recomiendo a los que
disfrutaron con las anteriores películas del director, y es uno de los casos en
donde da para un debate posterior a su visionado, sobre varias escenas o
algunos detalles que pueden haber pasado desapercibidos, y en el tema central
de fondo que sale a relucir en la parte final, que es un tema que
desgraciadamente está de actualidad.
…¿Julián es un
monstruo? Detrás hay mucho más, una persona que ha llegado ahí por muchos
motivos, entre ellos decisiones, propias e impuestas seguramente. Carlos Vermut no
quiere que empatices con el terrible hecho de la pedofilia, sino que comprendas
lo que ha podido suceder y no etiquetes tan fácilmente. Nos muestra a un chico
real, con traumas heredados y rutinas algo viciadas, pero que intenta hacer
bien las cosas. Un monstruo que se sabe tal e intenta controlarse. Por eso no
se recrea en el morbo ni quiere ruido, sino que en todo momento veas al
individuo detrás de esa inclinación, la persona completa. No humaniza la
pedofilia, sino a Julián que la está sufriendo. ¿Os suena? Quien esté libre de
pecado, que tire la primera piedra.
Y también podríamos hacer una última lectura de Mantícora,
casi en la línea del continente mitológico, donde la carga dramática también
descansa en la relación entre Julián y Diana. ¡Estamos ante la bella y la
bestia! Pero en una versión algo torcida donde ella no es la clásica figura
atractiva y de modelaje, sino que su alegórica figura se amolda a los gustos
del monstruo en cuestión. Vemos más bien una chica de aspecto clásico
masculino, aniñado incluso, con una línea de atractivo que entona con el pecado
del protagonista. De ahí que el final sea tan poético como irónico.
…Con
un final estremecedor, en el que dos seres devastados por la vida se consolarán
mutuamente en la mejor, quizá la única forma en la que se sienten bien, tan
alejada de los estándares que manejamos cotidianamente, Mantícora supone
una obra con frecuencia turbadora, narrada austeramente por uno de los
cineastas españoles más exquisitos y estilosos, pero a la vez también más
sobrios. Su recurrencia al signo, a las alegorías, a las metáforas, a las
elipsis, nunca son gratuitas, nunca son ornamentales: están ahí porque tienen
que estar; en el cine de Vermut no hay planos de trámite, todo en él significa
algo, quiere decir algo.
Cine, desde luego, para espectadores activos, y
por supuesto con mente abierta, está trufado de referencias cultistas que
tampoco son, por supuesto, accidentales: así, la película que Julián y Diana,
todavía por separado, ven en la Filmoteca, resulta ser la curiosísima, tan
rara, El planeta salvaje (1973), de René
Laloux, con dibujos de Topor, una película donde monstruos y niños constituyen
su esencia. El propio proceso de conocimiento de Cristian por parte de Julián
recuerda también poderosamente la novela de Heinrich Von Kleist La
marquesa de O (llevada al cine, por cierto, por Éric Rohmer), en la
que el salvador de la dama resultará ser a la postre, también, su violador.
Habrá incluso una escena en la que Diana habla de cómo para ella crecer de
golpe fue ver, de niña, un vídeo porno escondido con la carátula del Videodrome de
David Cronenberg
Obra distinta, perturbadora, sobre los monstruos
de varia laya que podrían anidar en cualquiera de nosotros, resulta tan
incómoda que remueve al más pintado, además con recursos puramente
cinematográficos y siempre alejados de esa explicitud tan de nuestro tiempo:
aquí todo es sobreentendido, todo es subterráneo, casi nada es evidente…
…Uno de los aspectos más interesantes de la película
es que el retrato de Julián es sumamente humano. No se trata de un monstruo sin
control, ni de alguien sin moral ni valores. Más bien, es un joven que lidia
con un impulso a conciencia de que eso que siente es incorrecto. Además, todo
esto se cuenta con herramientas cinematográficas, sin que nadie diga una sola
palabra al respecto.
Mantícora no
es perturbadora pero sí inquietante. Y la historia que cuenta está presente
hasta en la caracterización física de los personajes. En este sentido, los ojos
saltones y los rasgos del rostro de Julián contribuyen a la idea de que se
trata de un ser especial. En principio, no tiene cuerpo de animal como la
mantícora, el monstruo mitológico del título, pero sí una apariencia particular.
Al mismo tiempo, Diana con su pelo cortísimo y con flequillo y su cuerpo menudo
podría asemejarse a un niño, por más de que no hay dudas de que se trata de una
mujer.
Esta, la tercera
película como director de Vermut, ha sido nominada en los últimos premios Goya,
pero finalmente no ha recibido ningún galardón. Es, a todas luces, una
injusticia.
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