domenica 30 ottobre 2022

Bolivia - Israel Adrián Caetano

Freddy, un migrante boliviano irregolare a Buenos Aires, trova un lavoro in un bar/bisteccheria.

la famiglia è a La Paz, intanto conosce una collega di lavoro, Rosa, e una notte hanno una storia.

Freddy è gentile, onesto e il suo padrone non sembra una cattiva persona.

cattivi e razzisti sono i clienti del bar e per Freddy non c'è scampo.

piccolo triste film da non perdere.

buona (clandestina) visione - Ismaele

 

 

 

Dueño del bar es Don Enrique, muy bien compuesto por el veterano actor Enrique Liporace (el resto de los personajes también lleva el nombre de pila de sus respectivos intérpretes). Este hombre dista de ser un gran explotador, o cualquier cosa que se le parezca, y sin embargo aparece sobre la cúspide de la pirámide social que, al modo de un microcosmos, ocupa el centro del largometraje. Un escalón más abajo se ubican los taxistas, y más abajo el personal, que integran el boliviano Freddy –indocumentado, recientemente conchavado como parrillero– y la paraguaya Rosa, ya mesera de hace rato en el lugar. Entre los actores, mayormente no-profesionales, brilla Rosa con su pudor, que no es recato sino más bien política laboral, y Freddy con sus silencios, su actitud serena, seria, virtualmente a reglamento (no desplanta al dueño, pero jamás le lame las botas). La sutileza de estos trabajos es verdaderamente inusual.

Varios cúmulos de tensiones recorren al microcosmos. Los maltratos que por $15 diarios soportan camarera y parrillero, especialmente del patrón pero también de los clientes, son algunas de ellas. Otras tensiones, igualmente relacionadas con el dinero (y con su falta), colocan a alguno de los taxistas bajo el yugo del bolichero, al que adeuda una abultada cuenta impaga, aunque la paga, de algún modo, soportando otros maltratos. El asunto es más complejo, empero, ya que un segundo sistema de tensiones, relacionadas más directamente con la propiedad, llega a oponer a clientes y empleados, colocando a estos últimos del lado de la patronal cuando –por ejemplo– echan a dormilones y borrachos del local por cuenta y orden del propietario.

Es un planteo rico, fuerte... y peligroso. Detrás de todas las tensiones está la escasez, la expropiación, la malaria, y por delante las pequeñas y medianas ruindades cotidianas que la misma puede y suele generar. Este estado de las cosas no tiene ningún tipo de solución dentro de sí (tampoco la postula la película), pero todo microcosmos se perfila como expresión condensada de un cosmos. En otras palabras: el boliche como reflejo de otro boliche, mucho más grande, llamado República Argentina. Ahora bien: mientras los avatares del laboratorio de Bolivia se asemejan a los escenarios de "guerra de pobres contra pobres" que agitan muy interesadamente ciertos medios, los acontecimientos mencionados al comienzo de estas líneas enseñan poderosamente que otras guerras, más precisamente dos, se anteponen a ésta en calibre, en determinaciones y en consecuencias: la que libra una pequeña fracción de los ricos contra el resto de la sociedad; y la de ricos contra ricos (es decir, entre facciones de aquella misma fracción). Por supuesto que estas guerras también involucran nacionalidades, pero muy otras que las de quienes frecuentan esta clase de bares. La referida desactualización tiene que ver con esto y, en menor medida, con el hecho de que ya no hay peruanos, paraguayos o bolivianos como Freddy, que hagan "cabeza de playa" en Buenos Aires para traer luego a sus familias, sino que abundan los que dejan este infierno para regresar a sus castigadas patrias…

da qui 


Con bajo presupuesto, filmada en blanco y negro y en su mayoría en una misma locación, Bolivia cuenta la historia de Freddy, un inmigrante boliviano que trabaja en una cafetería en Buenos Aires, con la firme intención de ganar suficiente dinero para traer a su esposa y a sus tres hijas a Argentina y establecerse. La presencia de Freddy, sin embargo, no es bien vista por los habituales parroquianos del lugar, que, enfrentados al desempleo y la desesperanza causados por la crisis económica, no ven con buenos ojos el que un extranjero venga a tomar los pocos trabajos que quedan.

Esta película ha sido comparada con Haz lo Correcto, de Spike Lee y en efecto, es como una mini-versión de aquel recordado drama, haciendo un válido y crudo comentario sobre el racismo. La tensión por la presencia de Freddy en la cafetería – representada por el Oso, uno de los tantos desdichados golpeados por la crisis, desempleado, sin dinero, lleno de deudas y con un juicio a cuestas que amenaza con quitarle hasta la camisa – va en constante aumento hasta desembocar, al igual que la destrucción masiva en la pizzería de Sal, en un chocante y brutal suceso (que, dadas las circunstancias, igual se ve venir, pero no por eso es menos efectivo), pero en menor escala…

da qui

 

The 33-year-old Uruguayan-born but now living in Argentina director, Israel Adrián Caetano, dazzles us with his debut feature. It’s a compelling parable told in a realistic manner about a gentle illegal immigrant from Bolivia, Freddy Flores (Freddy Flores), who lands a job as a cook in a Buenos Aires greasy spoon to support his wife and three daughters back home. He can’t find work in his impoverished country when Yankee drug enforcement officers burn down the fields where he worked picking fruit and cocoa.

It’s filmed in a grainy black-and-white, and shot almost entirely in the dumpy café that caters to taxi drivers, antagonistic complainers, and low end of the scale working-class people. The wary boss, Enrique Galmes (Enrique Liporace), overbearingly rules over his staff of two, both immigrants he’s hired for peanuts. The newly hired Freddy works the grill, while Rosa Sánchez (Rosa Sánchez) is the sexy waitress for the last year. She’s half-Paraguayan, and has an expertise in handling passes made at her from the customers (the boss is both protective and exploitative of her). The café patrons express their fervent nationalism and prejudices against all foreigners, and treat Freddy with disrespect. The customers vary from druggies, racists (referring to Paraguayans, Uruguayans, and Bolivians as “niggers”), homosexuals, hostile drunks, or those in debt. There’s turmoil in their lives that’s heightened because of the poor Argentina economy causing vast unemployment and a severe recession. It seems odd that the Bolivian is coming to this poverty-stricken country to make a living, a country where its natives are having difficulty surviving and are in no mood to accept foreigners taking away the few jobs left.

Romina Lafranchini’s plotless and sparse script adequately captures the gritty everyday struggles that lead to both the police hassling Freddy because he doesn’t have a work permit and the customers because they resent him as a dark skinned foreigner. It’s a frightening and hard-hitting look at the marginalized (an old story that brings out nothing new, but tells its tale with conviction and force), who are caught in a dark urban setting as they try to make human contact and maintain some kind of civility until they reach their boiling point and explode with violence. The film is handled like a ticking time-bomb.

It’s a powerful neo-realistic look at the faceless masses, that takes Freddy’s sad face as the human face for the disenfranchised all over the world. His face is the one the world rarely sees, even in movies, the one who’s ill-prepared and powerless to deal with the invisible forces that control his life and bring about such human tragedy.

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