Freddy, un migrante boliviano irregolare a Buenos Aires, trova un lavoro in un bar/bisteccheria.
la famiglia è a La Paz, intanto conosce una collega di lavoro, Rosa, e una notte hanno una storia.
Freddy è gentile, onesto e il suo padrone non sembra una cattiva persona.
cattivi e razzisti sono i clienti del bar e per Freddy non c'è scampo.
piccolo triste film da non perdere.
buona (clandestina) visione - Ismaele
…Dueño del bar es Don Enrique, muy bien compuesto por
el veterano actor Enrique Liporace (el resto de los personajes también lleva el
nombre de pila de sus respectivos intérpretes). Este hombre dista de ser un
gran explotador, o cualquier cosa que se le parezca, y sin embargo aparece
sobre la cúspide de la pirámide social que, al modo de un microcosmos, ocupa el
centro del largometraje. Un escalón más abajo se ubican los taxistas, y más
abajo el personal, que integran el boliviano Freddy –indocumentado,
recientemente conchavado como parrillero– y la paraguaya Rosa, ya mesera de
hace rato en el lugar. Entre los actores, mayormente no-profesionales, brilla
Rosa con su pudor, que no es recato sino más bien política laboral,
y Freddy con sus silencios, su actitud serena, seria, virtualmente a
reglamento (no desplanta al dueño, pero jamás le lame las botas). La
sutileza de estos trabajos es verdaderamente inusual.
Varios cúmulos de tensiones
recorren al microcosmos. Los maltratos que por $15 diarios soportan camarera y
parrillero, especialmente del patrón pero también de los clientes, son algunas
de ellas. Otras tensiones, igualmente relacionadas con el dinero (y con su
falta), colocan a alguno de los taxistas bajo el yugo del bolichero,
al que adeuda una abultada cuenta impaga, aunque la paga, de algún modo,
soportando otros maltratos. El asunto es más complejo, empero, ya que un
segundo sistema de tensiones, relacionadas más directamente
con la propiedad, llega a oponer a clientes y empleados, colocando a estos
últimos del lado de la patronal cuando –por ejemplo– echan a
dormilones y borrachos del local por cuenta y orden del propietario.
Es un planteo rico, fuerte... y
peligroso. Detrás de todas las tensiones está la escasez, la expropiación,
la malaria, y por delante las pequeñas y medianas ruindades
cotidianas que la misma puede y suele generar. Este estado de las cosas no
tiene ningún tipo de solución dentro de sí (tampoco la postula
la película), pero todo microcosmos se perfila como expresión condensada de un
cosmos. En otras palabras: el boliche como reflejo de otro boliche, mucho más
grande, llamado República Argentina. Ahora bien: mientras los avatares del
laboratorio de Bolivia se asemejan a los escenarios de
"guerra de pobres contra pobres" que agitan muy interesadamente
ciertos medios, los acontecimientos mencionados al comienzo de estas
líneas enseñan poderosamente que otras guerras, más
precisamente dos, se anteponen a ésta en calibre, en determinaciones y en consecuencias:
la que libra una pequeña fracción de los ricos contra el resto
de la sociedad; y la de ricos contra ricos (es decir, entre facciones de
aquella misma fracción). Por supuesto que estas guerras también involucran
nacionalidades, pero muy otras que las de quienes frecuentan esta clase de
bares. La referida desactualización tiene que ver con esto y, en menor medida,
con el hecho de que ya no hay peruanos, paraguayos o bolivianos como Freddy,
que hagan "cabeza de playa" en Buenos Aires para traer luego a sus
familias, sino que abundan los que dejan este infierno para regresar a sus
castigadas patrias…
Con
bajo presupuesto, filmada en blanco y negro y en su mayoría en una misma
locación, Bolivia cuenta la historia de Freddy, un
inmigrante boliviano que trabaja en una cafetería en Buenos Aires, con la firme
intención de ganar suficiente dinero para traer a su esposa y a sus tres hijas
a Argentina y establecerse. La presencia de Freddy, sin embargo, no es bien
vista por los habituales parroquianos del lugar, que, enfrentados al desempleo
y la desesperanza causados por la crisis económica, no ven con buenos ojos el
que un extranjero venga a tomar los pocos trabajos que quedan.
Esta
película ha sido comparada con Haz lo Correcto, de Spike Lee y en
efecto, es como una mini-versión de aquel recordado drama, haciendo un válido y
crudo comentario sobre el racismo. La tensión por la presencia de Freddy en la cafetería
– representada por el Oso, uno de los tantos desdichados golpeados por la
crisis, desempleado, sin dinero, lleno de deudas y con un juicio a cuestas que
amenaza con quitarle hasta la camisa – va en constante aumento hasta
desembocar, al igual que la destrucción masiva en la pizzería de Sal, en un
chocante y brutal suceso (que, dadas las circunstancias, igual se ve venir,
pero no por eso es menos efectivo), pero en menor escala…
The 33-year-old Uruguayan-born but now
living in Argentina director, Israel Adrián Caetano, dazzles us with his debut
feature. It’s a compelling parable told in a realistic manner about a gentle
illegal immigrant from Bolivia, Freddy Flores (Freddy Flores), who lands a job
as a cook in a Buenos Aires greasy spoon to support his wife and three
daughters back home. He can’t find work in his impoverished country when Yankee
drug enforcement officers burn down the fields where he worked picking fruit
and cocoa.
It’s filmed in a grainy black-and-white,
and shot almost entirely in the dumpy café that caters to taxi drivers,
antagonistic complainers, and low end of the scale working-class people. The
wary boss, Enrique Galmes (Enrique Liporace), overbearingly rules over his
staff of two, both immigrants he’s hired for peanuts. The newly hired Freddy
works the grill, while Rosa Sánchez (Rosa Sánchez) is the sexy waitress for the
last year. She’s half-Paraguayan, and has an expertise in handling passes made
at her from the customers (the boss is both protective and exploitative of
her). The café patrons express their fervent nationalism and prejudices against
all foreigners, and treat Freddy with disrespect. The customers vary from
druggies, racists (referring to Paraguayans, Uruguayans, and Bolivians as
“niggers”), homosexuals, hostile drunks, or those in debt. There’s turmoil in
their lives that’s heightened because of the poor Argentina economy causing
vast unemployment and a severe recession. It seems odd that the Bolivian is
coming to this poverty-stricken country to make a living, a country where its
natives are having difficulty surviving and are in no mood to accept foreigners
taking away the few jobs left.
Romina Lafranchini’s plotless and sparse
script adequately captures the gritty everyday struggles that lead to both the
police hassling Freddy because he doesn’t have a work permit and the customers
because they resent him as a dark skinned foreigner. It’s a frightening and
hard-hitting look at the marginalized (an old story that brings out nothing
new, but tells its tale with conviction and force), who are caught in a dark
urban setting as they try to make human contact and maintain some kind of
civility until they reach their boiling point and explode with violence. The
film is handled like a ticking time-bomb.
It’s a powerful neo-realistic look at
the faceless masses, that takes Freddy’s sad face as the human face for the
disenfranchised all over the world. His face is the one the world rarely sees,
even in movies, the one who’s ill-prepared and powerless to deal with the
invisible forces that control his life and bring about such human tragedy.
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