Jan Svankmajer no cabe en una única definición.
Encerrar el cine de este artista checo nacido en Praga hace 80 años en el
simple concepto de stop-motion se antoja tan limitado como reducir la
literatura a la lista de la compra. Escultor, marionetista, coleccionista de
rarezas, cartógrafo de sueños, filósofo, agitador de masas, demiurgo y,
finalmente, poeta. "Ten siempre presente
que la poesía es sólo una. La antítesis de la poesía es la
especialización profesional...", reza el primer artículo de su irrenunciable
decálogo. Su quehacer tiene que ver con Poe, Lewis Carrol, Kafka, Arcimboldo,
Goya, el Teatro Negro, André Breton y... con todo lo contrario. Como sus
figuras discontinuas a medio camino entre el barro y la carne, entre la
desesperación y el miedo, el propio Svankmajer se hace y deshace a cada
fotograma que pasa. Y así, toda su filmografía, desde el primer corto de 1964,
'The last trick', hasta 'Surviving life' (2010) pasando por su celebrada
adaptación de Alicia (1987), es el terreno fértil y originario en el que por
cada segundo nace un sueño. Suena extraño y, en realidad, lo es. Por diferente,
único e irresistible.
Ahora La Casa Encendida propone un diálogo entre la
obra del checo con la de otros dos creadores en el límite de la vigilia: Starewitch y los hermanos Quay.
Bajo el nombre de 'Metamorfosis', el arte de recrear la parte de atrás de la
imaginación se materializa en una exposición que se inaugura hoy con el aspecto
y el argumento de un sueño. Turbia y perfecta. Quizá una pesadilla.
Desde antes
de la Teoría del Color Goethe, el sentido que nos define es la vista. ¿Qué
programa revolucionario encierra la reivindicación del tacto?
Vivimos una
civilización audiovisual. Realmente me empecé a interesar por el tacto porque
estoy convencido de que nuestro ojo está pervertido. Recibe ataques constantes
sea de la televisión sea de la multitud de anuncios que nos asaltan. En los
años 70, en el grupo surrealista del que formo parte, empecé a hacer
experimentos. Convertí una foto que encontré en una revista en un objeto
táctil. Lo tapé con una tela e hice que los colegas, sin verlo, configuraran su
propia imagen. Sólo tocándolo. Finalmente, les eneseñé 10 imágenes y ellos
tenían que decir cuál de ellas correspondía con el original. Los resultados
fueron muy interesantes. Desde entonces, me obsesionó el tacto como una forma
de reconstruir nuestro ojo interno.
¿Y dónde
queda la revolución en este proyecto?
Fue una
forma de protesta, sin duda. Este tipo de experimentos coincidió con la censura
de siete años en la que no pude grabar ninguna película. La experimentación
táctil está al otro lado de la cultura audiovisual. Y, como tal, es una forma
de ponerla en duda.
Otro de los
conceptos que está al otro lado es el de infancia. La niñez a la que se dirigen
y de la que hablan sus trabajos está asociada a la imaginación como un terreno
fértil y ciertamente oscuro ¿Hasta qué punto nuestra cultura no ha acabado por pervertir
todo lo relacionado con el mundo de los niños?
La creación
es un proceso fundamentalmente imaginativo. Trabaja con el subconsciente yo
diría que en un 80% y sólo el 20% restante es una intervención controlada. La
infancia, los sueños y el erotismo son las tres fuentes básicas de la creación.
Si uno cierra la puerta de su infancia se condena la posibilidad de crear. De
todas formas, conviene tener en cuenta que la niñez nunca fue ese espacio
idílico que intentan vendernos. Mi mujer decía que el que sobrevive a su
infancia, sobrevive a todo. Y es verdad, lo que ocurre cuando somos niños es
básicamente un ejercicio de domesticación. Entonces, sufrimos los primeros
ataques de represión. Se nos obliga a que hagamos caca y pis en el orinal y eso
ya es una labor represiva. Nacemos dueños de nuestra libertad. La infancia es
una lucha constante por ceder, por saber hasta dónde nos dejamos robar nuestra
libertad.
Así
aprendemos a conocer...
Sin duda.
Pondré un ejemplo. De crío escuchas algo así como: "La duquesa está
sentada". Y te la imaginas sentada en la silla blanca de la cocina. Para
imaginarse un trono rococó hace falta corregir gran parte de la imaginación
original. La mente de un niño es la mente de un poeta. Y así debe de ser.
¿Y qué le
parece el mundo de Disney?
En una
ocasión escribí, y me regañaron mucho por ello, que Disney es el mayor
pervertidor de la imaginación de los niños que ha conocido la humanidad. No
niego que sus primeras películas fueron excepcionales, pero con el tiempo es el
mayor engaño que jamás ha sufrido la infancia. En general, la literatura o el
cine para niños es una gran mentira comercial. El arte para los niños existe
para obligarles a desear o querer algo que les es completamente ajeno. Los
niños son crueles y lo que más les gusta es cualquier cosa que les haga
rebelarse, pues, por naturaleza, se resisten a ser domesticados; se resisten a
la represión que necesariamente el mundo adulto ejerce sobre ellos.
¿Cómo fue su
infancia?
Yo tuve la
suerte de que cuando tuve 8 o 9 años mi padre me regaló un teatro de
marionetas. Para mí cambió el mundo. Con él, representaba las situaciones de
represión que vivía día a día, y así me liberaba. Era un niño introvertido y
muy flacucho. Digamos que no tenía ninguna autoridad entre los otros críos. Ese
teatro me salvo. Todo lo que hago aún hoy lo comparo con mi teatro de
marionetas.
En los 60,
hubo quien encontró un contenido revolucionario a la cultura de masas como la
forma de acabar con el 'establishment'. ¿Qué ha fallado en ese proyecto?
La cultura
de masas y la publicidad son los dos pilares de la civilización. Sin ellos
dejaríamos de consumir y sin el consumo, dejamos de existir. Todo está pensado
para que no pensemos; que no pensemos ni cómo estamos ni qué queremos de la
vida... La cultura popular existe para que nos entretengamos un poco en el
tiempo que pasa desde que salimos del trabajo hasta que volvemos de nuevo a él.
No hay ni ha habido ningún elemento revolucionario en la cultura de masas.
En varias
ocasiones ha repetido que no hace cine sino poesía, que su arte se alimenta de
referencias de todas las disciplinas. ¿Qué consecuencias tiene que el arte
contemporáneo haya abandonado esa concepción renacentista del arte?
Vivimos en
una sociedad que se tiende a especializar en todo. Y no vamos a acabar bien,
porque esta civilización va contra la propia naturaleza humana. Los neurólogos,
no yo, han demostrado que la mente humana es igual que en el neolítico. No
hemos cambiado apenas. Y pese a ello, hemos desterrado la imaginación de nuestra
actividad cotidiana.
Y la
incomunicación, que tanto espacio ocupa en sus películas, ¿es sólo un problema
de nuestra sociedad o de la propia condición humana?
Hice la
película 'Las posibilidades de un diálogo' que, en realidad, se debería llamar
'Las imposibilidades de un diálogo'. La incomunicación está relacionada con las
características de nuestra civilización. Tenemos cada vez más medios de
comunicación y, sin embargo, son sólo ruido. No informan, confunden. Ahora
mismo, la comunicación, lo que entendemos por ella, es una sucesión de frases
hechas sin significado alguno.
¿Qué
significa Kafka para usted?
Kafka para
mí fue una revelación. Recuerdo que los surrealistas ya empezaron a hablar de
Kafka cuando no era totalmente desconocido. Kafka se adelantó a su época.
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