martedì 14 maggio 2024

Betibú - Miguel Cohan

tratto da un bel libro Claudia Piñeiro, a cui resta fedele, il regista racconta una storia che sembra complottistica, è che dietro la realtà c'è un complotto.

i tre giornalisti riescono a fare luce sugli omicidi, smascherando vari e sempre più profondi strati di omertà e corruzione.

le cose non sono come sembrano e ci sono vari livelli nella cupola del potere.

i tre giornalisti, a loro rischio e pericolo, fanno il loro lavoro, per amore della verità e della giustizia.

i tre protagonisti sono bravissimi, cercate il film (e il libro, pubblicato da Feltrinelli).

buona (complottistica) visione - Ismaele


 

QUI il film completo, in spagnolo


 

1. Hay otro motivo por el que Betibú es una buena película, y la razón es Daniel Fanego. Fanego siempre fue un buen actor: lo fue en malos y buenos programas de televisión, en malas y buenas obras de teatro, en malas y buenas películas. Era lo mejor de Todos tenemos un plan, por ejemplo, y lo he visto interpretar en teatro en los últimos años Tres hermanas y El león en invierno, y en ambas puestas era, lejos, lo que atraía la vista. Si algo tiene de rescatable Luna de Avellaneda es cómo Fanego comprende a su personaje más allá de lo que el guión le marca. Aquí es Brena, un periodista avejentado que no viejo, desplazado pero sabio, zorro viejo del oficio que conoce los trucos y nunca dice una palabra de más. Un tipo que no le escapa a la sonrisa y que parece comprender que todo es una inmensa ironía, una broma cruel. El rostro de Fanego es el rostro que tiene el tango y es tan argentino en eso que se vuelve universal. Cada marca, cada arruga, las mejillas enjutas, la mirada como cuchillo, lo transforman en el único actor de estirpe clásica que tiene el cine argentino hoy (y no me olvido de Darín: Darín es bueno pero es otra cosa). Ver a Fanego decir “buscá, buscá” (vean la película) es ver a un hijo de John Wayne o Cary Grant -o a los dos, microsegundamente, al mismo tiempo. Más allá de que Mercedes Morán no “polkizada” está perfecta, que las siete palabras que dice Carola Reyna son increíblemente efectivas, de que Briski haciendo de Briski está muy gracioso, Fanego es la gran columna vertebral del film. Queremos verlo y escucharlo cada vez que aparece. Quizás, incluso, sea un error decir que Betibú es una buena película (yo creo que lo es, pero pongamos): en ese caso, Fanego tiñe todo de excelencia.

2 (y corolario): Uno de los actores del film es Gerardo Romano. Casi no dice una palabra, básicamente lo vemos trotar y tiene una escena, muda, donde intimida al espectador. Una mujer muerta en el pasado es Adriana Brodsky, solo una foto en una revista. Carola Reyna tiene esas cuatro frases que dijimos. Lito Cruz tiene tres o cuatro secuencias como un comisario (que es todo lo que un comisario de la bonaerense puede ser o es) y lo hace todo justo. Lo que se nota en Miguel Cohan, y esperemos que no sea un espejismo, es que se siente atraído por la imagen de los personajes. Parece creer que es más lo que dicen cuando se mueven o hacen que cuando hablan (de allí, también, que chirrien tanto los textos en off).

El mundo en el que viven estos personajes es de un autoritarismo atroz que a veces se disimula y a veces, no. Al principio, hay un encontronazo entre la guardia de seguridad del country y un remisero porque “no se puede estacionar ahí”. Luego, una orden “de arriba” deja a nuestra protagonista -que se dedica a escribir ficción- sin posibilidad de trabajo más que volver, forzadamente, al periodismo. Luego sabremos que esa decisión fue una trampa urdida por un poder económico mucho más grande, que la coloca en el lugar donde le es útil. El diario en el que trabajan los protagonistas es El Tribuno, inexistente. En la investigación, vemos recortes de La Nación, Página/12, Crónica y algunos más. Nunca de Clarín. Puede ser que, como Clarín no es inversor del film, haya que sacarlo; puede ser un problema legal y nada más. Es una pequeña nota falsa en este mundo realista, pero si bien la penetración española en el medio argentino parecen calcadas de lo que Telefónica ha realizado en medios (perdón, es comidilla del mundillo), la estrategia de premios, castigos y congelamientos tiene algo de clarinesco (idem paréntesis anterior). Es lo de menos. Sin embargo, el único canal que se ve en la redacción es el ultraoficialista CN23. Ahora bien: cuando la verdad está por salir a la luz, alguien llama por teléfono al director -español- del diario; alguien con poder, mucho poder, que también llama a la policía, y le obliga a cambiar la tapa, a borrar la noticia, a que todo ese mundo de resoluciones posibles y de esperanza a pesar de la tragedia, de verdad finalmente revelada, se disuelva en la amenaza constante de la muerte innominada. Un traspié poco elegante de cómo alguien con poder interviene en los medios, en un país donde eso no es, precisamente, de la menor importancia.

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Los protagonistas de Betibú son tres: el personaje que le da título a la película interpretado por Mercedes Morán (una brillante autora que ha abandonado por decisión propia la escena literaria para refugiarse como escritora fantasma) y dos prototípicos exponentes de la sección Policiales: el periodista veterano, bohemio y ya desgastado (está a punto de firmar su retiro voluntario) que encarna Daniel Fanego; y el joven un poco arrogante y bastante inexperto (Alberto Ammann) que asume como jefe de El Tribuno, un diario manejado por capitales y ejecutivos españoles.

Ellos -por diferentes motivos y circunstancias personales- coincidirán en investigar el caso de Chazarreta y, claro, sus inesperadas derivaciones y múltiples alcances que no conviene adelantar aquí. Betibú es un film sostenido sobre todo por los diálogos y -más allá de algunos pasajes en que pueden resultar un poco forzados por ciertos desniveles actorales- la construcción de la tensión y el interés nunca se resienten demasiado.

En favor de Cohan y su equipo juegan la minuciosa y creíble descripción del funcionamiento interno de una redacción de diario (incluida la relación con informantes y hasta con jerarcas policiales) y de la vida cotidiana en los countries (Piñeiro ya había escrito Las viudas de los jueves, también llevada luego al cine). El resto (quién o quiénes son los culpables, cómo se organizan y operan muchas veces desde las sombras las principales estructuras del poder) deberá descubrirlo el espectador en pantalla. Vale la pena. 

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