giovedì 23 novembre 2023

Mantícora - Carlos Vermut

Carlos Vermut ci regala un'altra perla, una storia con un crescendo inquietante, che non ci lascia tranquilli.

Julián e Diana cominciano a frequentarsi e a piacersi, lui lavora per un'impresa di videogiochi (è bravissimo a disegnare mostri), lei ancora studia, vive col padre che è allettato, che non è autosufficiente.

una storia d'amore come tante, sembra.

Julián è un solitario, tutto casa e lavoro, anche Diana in fondo, una ragazza piccolina, con i capelli corti, sembra un ragazzino.

per complicare tutto, Julián soffre di ansia e attacchi di panico, e dentro di lui ha un mostro che non sempre riesce a controllare, quando lo sa Diana lo molla senza pietà, e lui perde il lavoro.

la fine di Julián è tragica, e però i due si ritrovano, Diana baderà a lui.

gran film, da non perdere.

buona (sofferta e necessaria) visione - Ismaele





…Sirviéndose de un trasfondo familiar subrepticio determinante que queda en un limbo salvo datos vagos, en especial el latiguillo de los “opuestos que se atraen” porque Diana se lleva mal con su madre e idealiza a su padre, quien tuvo un accidente cerebrovascular hace dos años y por ello depende de ella para cuidados intensivos, y Julián en cambio detesta a su progenitor y jamás conoció a su madre ya que falleció siendo él apenas un niño, Vermut construye una obra muy ambiciosa desde lo conceptual que por un lado unifica la pedofilia de Tras el Cristal (1986), de Agustí Villaronga, Felicidad (Happiness, 1998), de Solondz, y El Hombre del Bosque (The Woodsman, 2004), de Nicole Kassell, y la realidad virtual de Proyecto Brainstorm (Brainstorm, 1983), de Douglas Trumbull, El Hombre del Jardín (The Lawnmower Man, 1992), de Brett Leonard, y Existenz (1999), odisea freak de Cronenberg, entre muchas otras, y por el otro lado recurre a la metáfora de una existencia bipartita a lo vampirismo, licantropía o quizás violencia contenida en la tradición de El Extraño Caso del Doctor Jekyll y el Señor Hyde (Strange Case of Dr. Jekyll and Mr. Hyde, 1886), la novela corta de Robert Louis Stevenson, con el objetivo manifiesto de identificar a la pederastia -o cualquier perversión libidinosa o de arraigo íntimo- con una especie de enfermedad que se pretende “curar”, apaciguar o directamente controlar en su potencial destructivo mediante placebos como la animación de turno, realizada a partir de una plantilla para personajes no jugables propiedad de la empresa para la que trabaja el protagonista, Covo Games, y el mismo vínculo accidentado o mayormente platónico de Julián con Diana, una chica cuya apariencia varonil y menudita se acerca a la de Cristian al extremo de que el diseñador sufre un ataque de pánico cuando desea tener sexo con ella que en sí reproduce la misma exacta lógica visceral -ansiolíticos posteriores incluidos- que apareció al momento de la génesis de su propensión pedófila, justo luego de salvar al mocoso de las llamas en el departamento bastante desvencijado que comparte con su madre (Ángela Boix), alguien que nada sabe de la peligrosidad del vecino, en suma un planteo retórico que termina de apuntalar la maraña de espejos invertidos que tanto le gusta al realizador y guionista porque es esa progenitora la que pretende reconectar a Cristian con un Julián que tiempo después se muda del lugar para alejarse de la tentación contigua y consagrarse a su experimento romántico con Diana.

 

Con citas breves de carácter entre brutal y sarcástico que van desde lo cinematográfico de El Planeta Salvaje (La Planète Sauvage, 1973), clásico de René Laloux, Cuerpos Invadidos (Videodrome, 1983), de Cronenberg, y Avatar (2009), de James Cameron, hasta lo pictórico de Autorretrato (Accidente) (1936), de Alfonso Ponce de León, y Saturno Devorando a su Hijo (1820-1823), parte de las célebres Pinturas Negras de Francisco de Goya que hoy se exhiben en el Museo del Prado, el film piensa la doble paradoja de fondo una vez que se descubre el modelo en 3D del purrete porque Covo Games accede a la computadora de Julián para construir un “making-of” del juego en el que está trabajando, así lo expulsan de la empresa, el episodio llega a oídos de una Diana que corta la relación y el diseñador opta por intentar suicidarse saltando desde un balcón justo antes de violar a un Cristian drogado, por ello a la noción original del relato, léase quien te salva te puede destruir, se suma una contradicción ontológica subsiguiente/ secundaria aunque ahora a instancias del personaje de Stein, muchacha que en los últimos minutos del metraje sustituye a su padre ya fallecido con quien había rechazado antes, el propio Julián, tanto porque lo estima como debido a que se convirtió en un tetrapléjico que requiere de cuidados semejantes a los de su figura paterna, en este sentido el Complejo de Electra mal curado derrapa en la aceptación de un otrora pederasta latente metamorfoseado en vegetal, castración simbólica de por medio. Si bien, como afirmábamos con anterioridad, Vermut echa mano de pivotes temáticos como la virtualidad, la fantasía, el amor atrofiado, la marginalidad, la misantropía, la dependencia afectiva, la complementariedad, la pulsión de muerte y el quid embrollado de los sujetos, su principal interés aquí se condice con la artificialidad perversa, algo que tiene que ver con la referencia del título a una criatura de la mitología persa -cabeza humana, cuerpo de león y cola de escorpión- vía un monstruo cuadrúpedo que crea Julián, su estado postrado final y ese dibujo de Cristian que lo lleva a lanzarse por culpa desde el balcón cual representación de lo que el diseñador quería ser cuando niño, un tigre, amén de reflexiones adicionales sobre la dificultad de morir, la ausencia de soluciones fáciles y rápidas en la vida y el salto del voyeurismo morboso del cine de terror de antaño, entre el shock y el exploitation, a la crueldad semi tercerizada de todos estos videojuegos posmodernos en primera persona…

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Los puntos más fuertes del proyecto son el guion, muy bien escrito por el cineasta español que, como cité anteriormente, plantea muchos asuntos, algunos de manera indirecta, y un tema de fondo que está muy de actualidad, y que saldrá a relucir en la parte final, en un desenlace sorprendente, que recuerda mucho al de "Magical girl". 

Nacho Sánchez está magnífico, y merecería ganar el Goya como protagonista, al igual que Bárbara Lennie por su actuación en la película de Vermut citada anteriormente. Es una interpretación contenida, que expresa mucho con su mirada, y que está creíble como Julián, ese joven que vive una vida aparentemente sencilla que se enamora de Diana.
Zoe Stein también lo hace muy bien, en otra interpretación contenida, con un personaje al que coges cariño, y es difícil de olvidar. La joven actriz catalana tiene muy difícil ganar el premio de actriz revelación, el mismo que ganó Eva Llorach por "Quién te cantará", el tercer trabajo de Vermut.
 

El otro aspecto destacado es el de la dirección, en donde hay un gran trabajo con los intérpretes, con un movimiento de cámara sutil para presentarnos unos planos muy bien encuadrados y algún virtuosismo como la escena con espejo en la parte final.
Escuchamos muy pocas veces la música compuesta por Alberto Torres, ya que se prefiere dar más importancia a los silencios y los ruidos de fondo que a una banda sonora, pero cuando está presente funciona bastante bien, como al principio y al final de la película.
Una película que no es sencilla, que puede desesperar a los que buscan propuestas en donde te lo den todo mascado, pero que recomiendo a los que disfrutaron con las anteriores películas del director, y es uno de los casos en donde da para un debate posterior a su visionado, sobre varias escenas o algunos detalles que pueden haber pasado desapercibidos, y en el tema central de fondo que sale a relucir en la parte final, que es un tema que desgraciadamente está de actualidad.

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¿Julián es un monstruo? Detrás hay mucho más, una persona que ha llegado ahí por muchos motivos, entre ellos decisiones, propias e impuestas seguramente. Carlos Vermut no quiere que empatices con el terrible hecho de la pedofilia, sino que comprendas lo que ha podido suceder y no etiquetes tan fácilmente. Nos muestra a un chico real, con traumas heredados y rutinas algo viciadas, pero que intenta hacer bien las cosas. Un monstruo que se sabe tal e intenta controlarse. Por eso no se recrea en el morbo ni quiere ruido, sino que en todo momento veas al individuo detrás de esa inclinación, la persona completa. No humaniza la pedofilia, sino a Julián que la está sufriendo. ¿Os suena? Quien esté libre de pecado, que tire la primera piedra.

Y también podríamos hacer una última lectura de Mantícora, casi en la línea del continente mitológico, donde la carga dramática también descansa en la relación entre Julián y Diana. ¡Estamos ante la bella y la bestia! Pero en una versión algo torcida donde ella no es la clásica figura atractiva y de modelaje, sino que su alegórica figura se amolda a los gustos del monstruo en cuestión. Vemos más bien una chica de aspecto clásico masculino, aniñado incluso, con una línea de atractivo que entona con el pecado del protagonista. De ahí que el final sea tan poético como irónico.

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Con un final estremecedor, en el que dos seres devastados por la vida se consolarán mutuamente en la mejor, quizá la única forma en la que se sienten bien, tan alejada de los estándares que manejamos cotidianamente, Mantícora supone una obra con frecuencia turbadora, narrada austeramente por uno de los cineastas españoles más exquisitos y estilosos, pero a la vez también más sobrios. Su recurrencia al signo, a las alegorías, a las metáforas, a las elipsis, nunca son gratuitas, nunca son ornamentales: están ahí porque tienen que estar; en el cine de Vermut no hay planos de trámite, todo en él significa algo, quiere decir algo.

Cine, desde luego, para espectadores activos, y por supuesto con mente abierta, está trufado de referencias cultistas que tampoco son, por supuesto, accidentales: así, la película que Julián y Diana, todavía por separado, ven en la Filmoteca, resulta ser la curiosísima, tan rara, El planeta salvaje (1973), de René Laloux, con dibujos de Topor, una película donde monstruos y niños constituyen su esencia. El propio proceso de conocimiento de Cristian por parte de Julián recuerda también poderosamente la novela de Heinrich Von Kleist La marquesa de O (llevada al cine, por cierto, por Éric Rohmer), en la que el salvador de la dama resultará ser a la postre, también, su violador. Habrá incluso una escena en la que Diana habla de cómo para ella crecer de golpe fue ver, de niña, un vídeo porno escondido con la carátula del Videodrome de David Cronenberg

Obra distinta, perturbadora, sobre los monstruos de varia laya que podrían anidar en cualquiera de nosotros, resulta tan incómoda que remueve al más pintado, además con recursos puramente cinematográficos y siempre alejados de esa explicitud tan de nuestro tiempo: aquí todo es sobreentendido, todo es subterráneo, casi nada es evidente…

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Uno de los aspectos más interesantes de la película es que el retrato de Julián es sumamente humano. No se trata de un monstruo sin control, ni de alguien sin moral ni valores. Más bien, es un joven que lidia con un impulso a conciencia de que eso que siente es incorrecto. Además, todo esto se cuenta con herramientas cinematográficas, sin que nadie diga una sola palabra al respecto.

Mantícora no es perturbadora pero sí inquietante. Y la historia que cuenta está presente hasta en la caracterización física de los personajes. En este sentido, los ojos saltones y los rasgos del rostro de Julián contribuyen a la idea de que se trata de un ser especial. En principio, no tiene cuerpo de animal como la mantícora, el monstruo mitológico del título, pero sí una apariencia particular. Al mismo tiempo, Diana con su pelo cortísimo y con flequillo y su cuerpo menudo podría asemejarse a un niño, por más de que no hay dudas de que se trata de una mujer.

Esta, la tercera película como director de Vermut, ha sido nominada en los últimos premios Goya, pero finalmente no ha recibido ningún galardón. Es, a todas luces, una injusticia.

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