lunedì 3 ottobre 2022

Rojo - Benjamín Naishtat

siamo nell'anno che precede il colpo di stato del 1976 in Argentina.

il protagonista è Darío Grandinetti, grandissima interpretazione, è un avvocato, la parte buona del paese, corrotta moralmente, nell'aria c'è del marcio.

e come non sottolineare l'interpretazione di Alfredo Castro, come un inviato dal Cile di Pinochet a respirare e avvelenare un'atmosfera già inquinata, con una violenza crescente e spaventosa.

non succedono troppe cose, solo quelle giuste, ma tutte piene di simboli che fanno paura.

un gran film da non perdere, secondo me.

buona (sofferta) visione - Ismaele

 

 

 

 

 

 

Rojo está llena de sorpresas, la maestría por parte del director de crear escenas impactantes con tan poco es digna de admirar. De lo mejor del cine argentino, con un gran elenco y una propuesta estética interesante. Sin duda una lección de lo que es la puesta en escena y el cine en general.

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Secondo Naishtat , attraverso il racconto di un dramma personale che si nutre di quel conformismo medio borghese e di quella ignavia, il popolo argentino sembra la vittima designata a consegnarsi ad  un' epoca di terrore che si è quasi autoimposta per la propria cecità; il dramma dei desaparecidos che distinse in maniera infame la dittatura argentina, sembra esser già nell'intimità della società e il regista la cita in almeno 4 circostante con momenti allegorici molto efficaci: corpi che scompaiono o che non si vedono anche quando sappiamo benissimo che sono lì, illusionisti che fanno sparire corpi, tracce di sangue sparse qui e lì nel contesto di una fotografia dominata invece dai colori desaturati a ricreare una epoca lontana, il Rojo del titolo.

Il regista , come ha confermato anche ripetutamente in alcune interviste, è ben lungi dall'essere convinto che il suo paese abbia in qualche modo iniziato a fare i conti con quel passato, preferendo scegliere l'oblio all'analisi storica e sociale , che comporterebbe una inevitabile assunzione di responsabilità, ed il finale per molto aspetti amaro è una conferma di questa convinzione.

Detto della fotografia che riesce a farci immergere con grande accuratezza in una epoca lontana ormai più di 40 anni grazie all' uso di colori molto tenui e sbiaditi, Rojo ci mostra un regista che a dispetto della giovane età è capace di servirsi di una direzione solida , che prende a suo  modello il cinema di Pablo Larrain e la sua forte carica civile non  disgiunta però da una forte impronta cinematografica autoriale.

Dario Grandinetti è bravissimo nel ruolo di Claudio, il protagonista di un dramma personale che anticipa la tragedia di un paese intero; all'insegna del grande carisma che emana la prova di Alberto Castro (altro rimando al cinema di Larrain) nella parte del detective, che da vita ad un confronto finale con il protagonista di forte impatto.

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En Rojo hay desaparecidos por todas partes. No son los desaparecidos de la dictadura, aún, pero ya apuntan maneras. Son desaparecidos por disputas absurdas en una sociedad crispada en la que nadie quiere perder su silla. Otros han tenido la mala suerte de toparse con cuatro jóvenes cargados de odio irracional contra gente con guitarra, unos fascistas muy claros. Incluso hay desaparecidos por arte de magia. Lo que también hay es corrupción, que parece ser el tema de la sección oficial del Festival de San Sebastián de este año. Una corrupción que se aprovecha de quienes salen mal parados por el cambio inminente, que hacen negocio. Como en España, vamos, aunque no hablemos de ello de manera tan clara como lo hacen los argentinos. Y es que, en Argentina sí que hablan a fondo de su pasado, no solo haciendo drama de época sino cine abiertamente político, como la interesante Eva no duerme que vimos hace 3 ediciones, aunque era otra dictadura anterior.

La película está llena de metáforas aunque seguramente las entenderán mejor allí o quien esté verdaderamente empapado de la historia reciente de Argentina. Una de las más llamativas es la del eclipse. Un evento a la vista de todos para el que cada ciudadano reacciona de forma diferente. Una señora está esperándolo con interés, hay quien reparte gafas para que la imagen no sea tan agresiva, otros miran un rato pero prefieren seguir con su fútbol… En cualquier caso, todos, lo miren o no, quedan en la oscuridad. Oscuridad roja como la sangre.

Aunque la película se sostiene principalmente por esos cimientos políticos, es mucho más. Es un juego de género a modo de tributo retro, con una banda sonora exagerada y con planos que ya no usa ni De Palma. Es un estudio de comportamiento de personajes, generando situaciones embarazosas ya desde la primera secuencia. Después, de forma explícita, la profesora de teatro habla de eso, de “la intención” y lo escenifica creando una situación incómoda, en lo que parece una referencia clara al propio estilo de la película. Estas situaciones funcionan muy bien por su reparto, especialmente el proatagonista, Darío Grandinetti que está inmenso ya en la primera secuencia; y el siempre genial Alfredo Castro, en el papel de ese imposible detective chileno de la tele.

Una película para reposar y para revisar.

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…Con reconocibles reminiscencias al cine comprometido de Adolfo Aristarain, esta obra denuncia los secretos que todo pueblo oculta bajo una apacible apariencia, mientras el fantasma del Golpe de Estado va trazando un microcosmos contaminado de la mentira y la codicia que ostentan los poderosos.  El autor no deja margen para la duda: el oportunismo y las apariencias de las clases acomodadas son un mal enquistado en el tejido social, vehículo para reflexionar sobre nuestra identidad, nuestros problemas sociales y nuestra realidad. Naishtat describe una Argentina al borde del colapso y la génesis de su desintegración financiera, política y moral. En donde el “rojo” alude a la represión política, a la sangre derramada de los desaparecidos y a la luz de alerta en una sociedad hipócrita, todos inevitables sinónimos de una catástrofe que se avecinaba.

 

Es la forma preferida por Rojo para denunciar la doble moral del ciudadano medio que elige mirar para otro lado y también retrata de modo cabal el rol decisivo que jugaron los medios masivos de comunicación: la radio, la televisión  y los diarios.  Haciendo mención a un evento con motivo de una exhibición provincial que pretendía fortalecer los lazos comerciales con el país del norte (un acontecimiento que tiene sus ecos en la actualidad), la excusa sirve para potenciar una mirada que -más allá de su acento sobre el colonialismo cultural- alerta sobre el papel que jugó Estados Unidos en el desencadenamiento de varios movimientos golpistas en Sudamérica.  La fábula funciona como disparador y toma de conciencia sobre tensiones que se adivinan en la superficie y encuentran su perfecta consumación gracias al pulso firme de un cineasta con ideas claras y en dominio absoluto para delinear las imágenes de la barbarie.

 

Rojo se consolida como un manifiesto social y político, un ejercicio de cine de alta calidad, sagaz e inquietante al correr el velo sobre las falsas caras que habitan nuestra sociedad.  La oscuridad que se cernía sobre nuestro país en este punto del conflicto -el caldo de cultivo y punto de ebullición que se coronaría en el lamentable 24 de marzo de 1976- encuentra tres paralelismos notables que el director inserta en el film como subtramas. Por un lado, el despertar sexual de una joven, representado mediante un juego teatral que resignifica los celos de su pareja masculina como enésimo simbolismo de la violencia subterránea, del abuso de poder y la dominación. De igual forma, lo perturbador que puede resultar un simple acto de magia de un club nocturno, que simboliza a los desaparecidos por el régimen, a la vez que exhibe a una sociedad miserable y corrupta, donde en el discurso mismo se avalaba implícitamente el horror y el maltrato. Por último, un evento escolar cuya discursiva y puesta en acto exhibe los disfraces y las máscaras bajo las que se ocultaba una comunidad hipócrita.

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